03 Jun
03Jun

El punk es como las aceitunas, un gusto adquirido. Quien sea capaz de apreciarlos encontrará una ambrosía.


Leyendo un emotivo pero realista texto de Caliche (Desadaptadoz) sobre su recorrido en el punk y cómo le salvó la vida, me puse a pensar en que para mí también el punk llegó como ráfagas de energía; en mi caso iban y venían, se camuflaban pero ahí estaban y al final llegaron para quedarse.  


No sé si el punk salvó mi vida pero sí le dio aquello que buscaba sin siquiera saberlo; le dio -como diría mi abuelo- “saborina” a mi existencia.  


Tuve tres etapas en el punk. La primera es la más simple, en mi primera década de vida. Ni sabía que era el punk pero gracias a mi papá conocí a la trinidad clásica del punk (Pistols, Clash y Ramones) y por mi primo conocí bandas como The Offspring, Green Day, 2 Minutos y Bad Religion. Lo incorporé a mi vida pero era sólo un ritmo más que se confundía con eurodance, metal, freestyle, new wave, pop, ragga y hasta Salserín. 


La segunda etapa llega a los trece, cuando me hice novia de un chico que me mostró bandas como Eskorbuto, IRA, KDH, Flema, 3 de Bastos y tres "recopilas" que me volaron la cabeza: Sólo para Punx, la banda sonora de Rodrigo D y La Flema Innata de la Sociedad. Ahora ya sabía que era el punk, me gustaba mucho pero todavía no llegaba al primer lugar ni lo consideraba como una parte de mí.  


En esa época era más radical, había hecho a un lado todo lo que oliera a pop o electrónica excepto lo que fuera new wave, pues con eso me crié y me he sentido identificada desde que recuerdo. Me metí de lleno al rock y como mi papá me enseñó, el rock es rock, lo que suene bueno sirve. El punk me sonaba bueno y me servía, pero estaba al nivel de otros ritmos como el grunge o el mal llamado "alternoventas". 



Mi tercera y definitiva etapa llegó en el 2005, un año clave en mi historia. Por cosas de la vida retomé amistad con una prima y ella me llevó a su parche punk en La Villa de Aburrá. Ella tenía un novio que era punki de postal pero tenía una música maravillosa y un día él le prestó alrededor de 20 CDs para que nos "parcháramos el ruido".  


Entre todos esos compactos (que ojalá mi prima nunca se los hubiera devuelto porque a él realmente no le gustaba el punk), hubo cinco bandas que hicieron que sintiera un corrientazo por las venas que nunca había sentido, bandas que actualmente siguen siendo de mis favoritas: GP, Bluttat, The Adicts, Dead Kennedys y Siniestro Total. Fue un sentimiento sin precedentes, algo en mí estalló, se despertó. 


Después de estas etapas el punk se convirtió en una parte de mi vida, de mi ser.  

El punk es mi elíxir de la eterna juventud.  

El punk es el motor que se acopló perfectamente a mis sentimientos de desasosiego frente a la sociedad, avivó mi afán de revolución, de cambio, de rebeldía.  

El punk me motiva a cuestionarlo todo, me hace creer en mí, en que puedo hacer lo que quiera sin tener que esperar o apuntar a una perfección que puede nunca llegar y que realmente no es necesaria.  

El punk me cura la tristeza y me aumenta la alegría. 

El punk me incita a mostrarme como soy, sin máscaras, sin penas.  

El punk ha sido mi compañero fiel.  

El punk es la maldita mejor invención en el mundo de la música. 

Para mí, el punk es un abrazo que me envuelve cuando todo está mal. 

No sé quién sería si no lo hubiera conocido. 



Escrito del 8 de junio de 2020.

También fue publicado en El Sótano Fanzine Vol. 02 #1 (julio/2020).

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